Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo y Θl me lleva siempre adonde quiero.
Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acaricißrselo, y mirar al cielo al travΘs de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre cΘspedes, a la fuente vieja; que es para mφ una fiesta ver el rφo desde la colina de los pinos, evocadora de un paraje clßsico. Como me adormile, seguro, sobre Θl, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectßculos.
Yo trato a Platero cual sφ fuese un ni±o. Si el camino se torna fragoso y le peso un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo enga±o, lo hago rabiar...
El comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mi, que he llegado a creer que sue±a mis propios sue±os.
Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. SΘ que soy su felicidad. hasta huye de los burros y de los hombres...
